Escritor
CLEMENTE BAEZA
- MBA Ingeniero comercial,
- Coach Ontológico y Deportivo
- Mentor de negocios
- Autor
- Host Grow Chile
CONOCIENDO EL ORIGEN
Muchas veces, quizás por estar tan cerca, no logramos de distinguir el liderazgo de nuestros progenitores; damos por sentado que ellos, nuestro padre, nuestra madre y en general los mayores, simplemente ordenan pero rara vez distinguimos su liderazgo. Al menos eso pensaba cuando aún dependía de ellos y creo que muchos de los lectores compartirán esa visión.
La perspectiva de los años como excelente consejera nos ayuda a entender mejor las cosas y las personas que nos rodean; en las siguientes líneas les compartiré algunos pasajes de una historia familiar recogida en nuestro transitar, a partir de los cuales identificaré también los rasgos de liderazgo que distinguieron a su protagonista en su paso por esta tierra.
Don Antonio, nació en la segunda mitad de los locos años treinta del siglo XX, ocupando el lugar número veintiuno entre los hijos de su padre, abuelo al que ninguno de sus nietos llegarían a conocer ni siquiera de nombre; sin embargo, era hijo único de su madre Esmeralda quien recibió su nombre a propósito de sus verdes ojos que resaltaban en su pálida piel. Fue criado por su madre y su abuelo, Ladislao, en el área rural del pueblo de Litueche a unos 150 kilómetros al sur de la capital; donde aprendió desde muy temprana edad sobre las labores del campo, pero también del amor por la tierra y la naturaleza.
Como cualquier niño chileno de esa época, debía compatibilizar su asistencia al colegio con las labores de apoyo a la familia, estas últimas siempre fueron el aguijón que le mantuvo orientado a la acción y le forjaron un carácter más bien reservado, de pocas palabras y contados amigos. El rigor de la época y sus propias experiencias le obligaron madurar más temprano de lo habitual, al punto que con apenas doce años decide, y debo enfatizar esto, él decide, dejar el hogar materno y emprender un viaje en la búsqueda de nuevas oportunidades en la capital. Se me eriza aún la piel cuando lo pienso, ¡doce años! A esa edad yo todavía disfrutaba de los héroes de aventuras en mis revistas o en programas de televisión. Me pregunto ¿En cuántas ocasiones tuvo que enfrentar a solas la adversidad? ¿Cuántas tentaciones de seguir el camino fácil habrá tenido que rechazar?
Como naturalmente habrán inferido ya los lectores, Antonio no fue un hombre letrado, sino más bien uno que se construyó a sí mismo, en el crisol de la vida, al más puro estilo de la gente del campo chileno, estilo que con toda seguridad compartimos con toda nuestra América Latina.
En sus primeros años en la capital, desarrolló una serie de oficios como ayudante, hasta que al cabo de unos cinco, que logró ingresar a una empresa textil como ayudante de tejedor. El ruido y movimiento de los telares y el resto de la maquinaria de esta empresa le cautivó, al punto que comenzó a aprender, con la ayuda de otros obreros más antiguos, el oficio de mecánico textil, mismo que desarrolló por varios años hasta mediados de la década de los 70’s cuando los cambios en el modelo económico y social del país y las presiones externas, fueron destruyendo la capacidad manufacturera del país, pero eso es anticiparnos en la historia.
Hacia fines de los 50´s conoció a Sonia. Luego de un corto noviazgo, se casaron y comenzaron a crecer como familia; él siempre se mantuvo en el rol de proveedor y ella ocupada en la crianza de los hijos y en las labores del hogar, cuestión que no era poca cosa, pues luego del primer hijo, llegó el segundo, el tercero…, y así hasta la sexta, quien lamentablemente falleció a los pocos meses de vida, a consecuencia de una bronconeumonía fulminante, en uno de los inviernos más fríos de los que tenemos memoria.
Con gran esfuerzo Antonio se convirtió en propietario de un terreno, durante la segunda mitad de los años sesenta, donde construyó lo que sería su casa y probablemente la única posesión material que le interesaba, era un hombre de gustos sencillos. Una vez concluida la construcción, proceso en que recibió ayuda de alguno que otro conocido, se dio a la tarea de crear un jardín y una huerta en el patio, se aseguró de plantar una parra, una higuera, algunas hortalizas y una mata de cañas, con las que posteriormente enseñaría a sus hijos a fabricar volantines o cometas.
Aficionado al fútbol, escuchaba los partidos en la radio los fines de semana, luego del almuerzo, tendido en su silla de playa bajo el parrón especialmente los de su equipo favorito “Universidad Católica”. Más de una vez intentó transmitir a su prole esa pasión por el fútbol, llegando incluso a inscribir a todos sus hijos varones en un club del barrio, donde se pusieron a prueba sus dotes deportivas; sin mucho éxito por cierto.
Había otras dos características muy marcadas en su comportamiento, la primera era la disciplina espartana que imponía a todos respecto de la realización de cualquier actividad en las que se comprometía, poniendo énfasis en el cumplimiento de horarios, realización de tareas asignadas, pues tenía en muy alta estima el valor de la palabra empeñada; para él la valía de un hombre radicaba por sobretodo en respetar su palabra, honrando sus compromisos. Un hombre que no es capaz de cumplir con lo dicho no merece ser tratado como hombre, era quizás una de sus creencias más arraigadas.
La segunda, se refería a la autonomía que debían desarrollar cada uno de sus hijos, para lo cual se aseguró que aprendiesen desde muy corta edad a resolver todos los desafíos que implicaban las labores domésticas, es decir, que cada uno debía ser capaz de cocinar, tender su cama, zurcir su ropa, etc.
Cada una de esas características eran consecuencia de su propio aprendizaje y experiencia de vida, la disciplina probablemente la heredó de su abuelo y de su paso por el servicio militar, que orgullosamente refería haber realizado en la caballería. Por otra parte, la autonomía era una manera de saber que cada quien debe y puede valerse por sí mismo, cuestión que él había aprendido como una dura lección luego de dejar su hogar familiar.
Pero detrás de todo ello, se encontraba un profundo anhelo de que sus hijos fuesen personas de bien y que alcanzaran todo aquello que él mismo no había logrado, particularmente en lo referido a los estudios; tenía grandes aspiraciones para ellos, deseaba verles realizados, exitosos, plenos y felices.
LOS AÑOS DUROS
La década de los setenta inició en Chile con mucha ilusión, con mucha alegría; por primera vez en nuestra historia, asumía un gobierno de corte marxista la dirección del país, y para muchos incluido Antonio, ello era una promesa de profundos y beneficiosos cambios en lo social y la materialización de muchos de los sueños que él y sus coetáneos tenían pendientes.
Pero como siempre, la realidad es superada por la ficción; luego de una serie de desaciertos el país fue cayendo en una espiral inflacionaria que terminó por hacer sucumbir nuestra débil economía, trayendo consigo la pérdida de nuestra precaria industria manufacturera y los consiguientes puestos de trabajo. Fueron sin duda años difíciles, donde quienes habían cifrado sus esperanzas en el cambio, no encontraron las respuestas que buscaban y peor aún fueron decepcionados y luego hasta perseguidos.
Lo que vino a continuación tampoco fue miel sobre hojuelas, el gobierno militar se impuso, con todas las restricciones y exigencias de un nuevo modelo económico y social; mismo que también fue replicado en casi toda Latinoamérica por gobernantes que tenían cuando menos dos características en común, eran militares y habían sido formados en la Escuela De Las Américas que mantenía el gobierno de los Estados Unidos en Panamá.
Antonio nunca logró recuperarse del todo, de esta dramática experiencia, había perdido su trabajo, más tarde incluso perdería su matrimonio, pues como se dice “cuando los problemas entran por la puerta, el amor huye por la ventana”.
Le vimos paulatinamente venirse abajo, menguada su salud, pero sobretodo sus esperanzas. Hasta que finalmente dejó de luchar, se hizo viejo antes de tiempo y falleció con apenas cuarenta y cuatro años de vida. No alcanzó a conocer a ninguno de sus nietos, tampoco pudo ver a sus hijos alcanzar sus propias metas, ni tampoco pudo disfrutar y celebrar ese crecimiento.
DESCIFRANDO LA ENSEÑANZA
Ésta podría ser sólo una historia más, entre las incontables que conocemos día con día en esta parte del mundo, donde se combinan y hasta colisionan la necesidad con la motivación, los anhelos con la realidad, las esperanzas con la política, la razón con la verdad; sin embargo, esta historia también nos muestra que el liderazgo trasciende incluso a quienes lo ejercen y que por tanto, es posible obtener lecciones tanto del ejemplo que hemos recibido, como también en algunos casos, del contraejemplo. Vamos pues a descifrar algunas de las lecciones contenidas en este relato, para posteriormente aplicarlas en nuestro propio desarrollo.
Reconocer nuestras raíces; ser capaces de reconocer y eventualmente superar nuestras condiciones de origen, ya sea material o intelectualmente es ciertamente un desafío que en muchos casos puede ser titánico, en este relato hemos observado como Antonio, se revela y enfrenta una realidad que inicialmente le ofrece sólo un posible camino, como hombre de campo; y se arriesga a crear su propio sendero, lejos de la seguridad del hogar materno, aventurándose a lo desconocido.
Podemos recoger como lección de lo anterior que tal como reza el adagio sin riesgo no hay recompensa; siempre será necesario que sacrifiquemos algo en pos de obtener aquello que anhelamos, sacrificar seguridad por ganar autonomía, o nuevas oportunidades, sacrificar autonomía por ganar estabilidad, etc.
Éxito versus trabajo; el único lugar donde el éxito se encuentra primero que el trabajo es en el diccionario, en todos los demás casos se requerirá de una importante cuota de esfuerzo, dedicación y disciplina para alcanzar aquellas metas que pretendemos, antes incluso de ver materializados los resultados que deseamos.
Desde esa perspectiva el caso de Antonio nos muestra de manera clara y contundente que él obtuvo recompensas mediante su trabajo, en su afán por cambiar sus circunstancias, si bien no fue un hombre de muchos recursos, consiguió la propiedad de un bien raíz que es probablemente uno de los más caros anhelos, aún hoy en día, de muchos quienes vivimos en esta región del mundo.
Importancia de la visión de futuro; parafraseando a Lewis Carrol, si no sabes dónde vas cualquier camino te llevará allí; todos necesitamos contar con una visión de futuro con la cual comprometernos y desarrollar los esfuerzos necesarios para alcanzarla. Será esta visión la que nos permita mantenernos enfocados en nuestro trabajo, y la que nos permitirá observar e incluso celebrar los avances que tengamos, por pequeños que parezcan en algunos momentos.
En el relato si bien Antonio poseía una visión de futuro, esta se ve nublada por las circunstancias, primaron los problemas sobre la motivación, lo que finalmente le lleva a rendirse. Mantener nuestra visión presente en cada cosa que hagamos, nos permitirá allanar el camino, posibilitar soluciones donde otros sólo ven problemas.
Sana disciplina. Cuando la motivación falla, la disciplina nos sostiene; ciertamente no todos los días tenemos el mismo entusiasmo, las mismas ganas o la misma fuerza, es decir, no todos los días tendremos el mismo nivel de motivación y eso no está mal, es propio de nuestra naturaleza, lo que estaría mal es quedarnos en ese estado de manera permanente; para que ello no ocurra es necesario desarrollar una sana disciplina, que nos ayude a mantener la acción, el enfoque y hasta las rutinas, aun cuando las ganas no estén presentes.
Quizás, una de las oportunidades que dejó pasar Antonio fue, no tomar conciencia de lo siguiente; una sana disciplina debe estar acompañada de momentos de asueto, es decir, debemos permitirnos el espacio para no ser disciplinados de vez en cuando, permitirnos el espacio de equivocarnos y luego aprender de ello, debemos permitirnos fallar y recomenzar cuantas veces sea necesario. Debemos darnos permiso para descansar y divertirnos, incluso cuando las cosas, no parecen ir tan bien como quisiéramos, debemos reírnos, cantar, usar nuestro cuerpo a plenitud.
Resiliencia y reinvención. Muchos de nosotros hemos afrontado, y continuamos haciéndolo de diversas maneras, los desafíos que nos presenta la vida, con mayor o menor éxito sin duda; ello ha sido posible en la medida que desarrollamos nuestra capacidad de resiliencia, o sea, la capacidad de sobreponernos a las circunstancias adversas; más aún cuando consideramos que éstas pueden provenir de diferentes frentes, la pérdida de un trabajo, una enfermedad, la pérdida de la pareja u otro ser querido, pérdidas emocionales, materiales, de reconocimiento, y un largo etcétera que en algunos casos, nos obliga a reiniciar, a volver a partir desde cero, a reinventarnos, a desaprender lo conocido para aprender algo nuevo.
Las circunstancias vividas por Antonio en el relato, dan cuenta que en sus inicios era capaz de hacer uso de esa capacidad, se reinventó, tomó riesgos, aprendió; sin embargo, con el tiempo fue perdiendo esa capacidad quizás porque se negó a dejar su zona de confort, lo cual terminó por llevarlo a un final anticipado, pues nuestro cuerpo manifiesta como enfermedad, muchas de las cosas que no estamos siendo capaces de resolver o de decir.
APLICANDO LO APRENDIDO
Cada pieza encaja en un rompecabezas sólo si la ubicamos correctamente, de igual manera, cada experiencia vivida por nosotros trae consigo una enseñanza que podemos, que debemos aplicar, tanto en nuestras vidas y en la de los demás como parte de nuestra contribución al desarrollo de una mejor sociedad; teniendo eso en mente invito a nuestros lectores a realizar el siguiente ejercicio que nos permitirá reconocer cuánto de lo que hemos revisado en este relato hemos aprendido y hemos aplicado en nuestro quehacer, ya sea en el ámbito organizacional, familiar o social.
Para ello ante cada una de las cinco lecciones de liderazgo revisadas se formularan preguntas que invitan a su reflexión.
Reconocer nuestras raíces | 1. ¿Cuánto de lo que eres hoy es herencia y cuánto desarrollaste por ti mismo(a) |
2. ¿Qué riesgos asumiste y cuáles fueron sus resultados? | |
3. Con tu actual experiencia ¿Estarías dispuesto(a) a correrlos nuevamente? | |
Éxito versus trabajo | 1. ¿Qué tan exitoso(a) te consideras? |
2. ¿Dónde se encuentran tus oportunidades de éxito? | |
3. ¿Cuánto esfuerzo necesitas para alcanzarlo? | |
4. ¿Qué te hace falta para conseguirlo? | |
Importancia de la visión de futuro | 1. ¿Qué es aquello que deseas lograr? |
2. ¿Para qué precisas lograrlo? | |
3. ¿Además de ti, quién o quiénes se beneficiarán? | |
Sana disciplina | 1. ¿Cuánto espacio te permites para fallar? |
2. ¿Cuánto estás descansando? | |
3. ¿Estás invirtiendo tiempo en un pasatiempo o amigos? | |
4. ¿Con quién compartes tus logros? | |
Resiliencia y reinvención | 1. ¿Qué tan preparado(a) te encuentras para volver a empezar? |
2. ¿Cuáles son tus competencias fundamentales? | |
3. ¿Qué cosa nueva aprendiste recientemente? |
Estás preguntas buscan ser una guía que te permita canalizar tu reflexión con un enfoque hacia el auto liderazgo, el cual implica no solamente conocernos profundamente, sino también conocer nuestro origen y sobretodo el destino que hemos escogido parta nosotros mismos, recuerda que no somos las circunstancias que nos tocan, sino lo que hacemos con ellas.
Finalmente, mantén en cuenta que el liderazgo comienza consigo mismo y todo ello puede sin duda resultarte muy útil y beneficioso para ti; pero que con certeza resultará de mucho mayor provecho su lo compartes con otros, tal como dice John C. Maxwell “El éxito es saber tu propósito en la vida, crecer para alcanzar tu máximo potencial y plantar semillas que beneficien a otros”.
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